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Lección aprendida, Tribuna Libre de Roberto del Tío

«También parece mentira lo que agradecemos los padres de chicas preadolescentes esta visión nueva del mundo joven. En cualquier caso, no acabamos de liberarnos de esa sensación de culpa de haber vivido con naturalidad el machismo cultural de forma normalizada».

Hoy todavía todo el mundo habla de «lo del jueves». El 8M de este año no fue algo normal y, en casos como este, faltan calificativos para describir lo que se vivió en toda España. Yo me asomo a este artículo para expresar humildemente y con voz de hombre lo que ha significado para mí, en particular, y lo que permite vislumbrar, a nivel general, «lo del día de la mujer». En cualquier caso, la primera herencia es una gran dosis de aprendizaje que no puede si no agradecerse con mucho énfasis.

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Tras la jornada matinal en la plaza del arenal, en un ambiente festivo hasta que apareció la lluvia, el día fue una sucesión de emociones, esas emociones que acuden cuando te encuentras ante algo que, pese a ser esperado, desborda todo lo que imaginabas. No me refiero solo al número de personas en la manifestación de Sevilla, que colapsó su propio recorrido, la gente no avanzaba porque todo el recorrido estaba lleno de personas, no me refiero solo a eso. Quien ha vivido unas cuantas manifestaciones, con mayor o menor participación, sabe que esto que escribo a continuación es un hecho: las manifestantes ofrecieron una lección de esas que son difíciles de olvidar.

Esta lección tiene varios capítulos. El primero es el de la sencillez unida a la fuerza de los eslóganes que se escuchaban con distintos tonos. Del desgarrador «somos el grito de las que ya no están» al festivo «machista el que no bote«, pasando por uno que invitó a una reflexión sobre su acierto comparativo: «Sevilla será la tumba del machismo«, que recordaba a otro, de otras movilizaciones, que hacía referencia al «fascismo». El acierto está en que, si nos paramos a pensar, el comportamiento machista y el fascista tienen muchos puntos en común. Un dardo en el medio de la diana. El aprendizaje que extraje de este capítulo de la lección es que no había ni una sola referencia contraria a los hombres, ni una sola actitud siquiera. Nada se objetaba sobre los hombres. Lo que se rechazaba, con una enorme fuerza, era el machismo en todas sus versiones, la violencia, los abusos sexuales, la brecha salarial, los techos de cristal… El machismo fue expulsado de esa marea humana.

El segundo capítulo tiene que ver con el ambiente que se impuso desde los aledaños de la Plaza Nueva a la Alameda de Hércules. Quien tiene en sus espaldas unas cuantas movilizaciones de este tipo sabe que es imposible dejar de temer que pueda haber algún incidente sobre el mobiliario urbano, sobre los objetos aledaños al recorrido… se sabe que siempre puede haber algún desaprensivo -siempre masculino- que meta la pata en ese sentido. Pues en este caso no. Con rotundidad ha sido la manifestación más tranquila y amable de las que he visto nunca. La sensación de esa posibilidad de incidentes desagradables también se expulsó del recorrido. Ni siquiera los eslóganes tenían insultos ni palabras soeces. Tras expulsar al machismo en el capítulo uno, la lección en este segundo capítulo es que la fuerza de una movilización de ese tamaño no está en la agresividad. Y lo que es mejor, consigue que sin agresividad la fuerza sea aún mayor. La fuerza de una reivindicación no está en lo altisonante del discurso sino en la capacidad de transmitirlo de forma amable. En Sevilla, 100.000 personas, en su gran mayoría mujeres, nos enseñaron eso.

Otro capítulo tiene que ver con el «aspecto» de la movilización. Las mujeres que acudieron allí podían contarse de todas las edades, muchas de ellas de una edad muy joven para lo habitual de estos acontecimientos, de todas la filiaciones, de todos los aspectos posibles, de todas las indumentarias, todas. Consiguieron exhibir la idea de que la movilización abarcaba a todo el género femenino. A todo. ¡Con lo difícil que es eso! Al final, queda la idea de que cuando una idea es justa se defiende por todo tipo de gente, y la desigualdad que viven las mujeres es tan injusta que vinieron todas a equilibrar la balanza, a decirnos con fuerza que están todas unidas en la petición de igualdad.

El caso es que el Movimiento Feminista ha acertado plenamente con esa convocatoria de huelga el 8M. Ha conseguido instalar una idea en la agenda social del país que ha descolocado a las más rocosas columnas de los más fieles pabellones conservadores, hasta el punto de que no se han dado cuenta de que contestar en oposición a la huelga no muestra más que el triunfo del feminismo sobre quien no hace tantos años se oponía incluso a que las mujeres trabajaran fuera de casa. Ese «descoloque» sobre la huelga también nos ha afectado a los hombres en general, de forma que incluso los que apoyábamos la huelga no sabíamos muy bien qué hacer al respecto de la jornada de trabajo. Yo mismo estaba decidido a apoyar lo que decidiera mi pareja, sin darme mucha cuenta de lo que ocurría en mi centro de trabajo. Como profesor de un grupo de alumnas, todas mujeres de más de 18 años, el miércoles les hice referencia a lo que tendríamos que hacer el jueves, hasta que una de ellas, la que estaba más cercana a mi mesa me interrumpió con suavidad: «Roberto, mañana no venimos». En ningún momento antes habían comentado nada. La duda sobre lo que yo tendría que hacer -ir a trabajar si ellas decidían hacerlo también o hacer la huelga pese a que ellas no la hicieran- se disolvió de repente. Si mis alumnas hacían huelga yo las apoyaría. El acierto de esta convocatoria de «huelga de mujeres» ha sido tan grande que su éxito ya no estriba en la cantidad de gente que ha dejado de ir a trabajar. Antes del día 8, con una gran bofetada de conciencia y con una altísima repercusión mediática, ya habían «ganado la huelga» y tuvo un reflejo increíble en las manifestaciones de la tarde.

Se vislumbra aún un camino aún largo, lo conseguido por el Movimiento Feminista ha sido muy llamativo incluso en los hombres receptivos a apoyar sus reivindicaciones. Un gigantesco cambio de conciencia que provoca incluso que no nos reconozcamos en determinadas actitudes y comportamientos de años atrás, aunque fueran puntuales. «¿Como pude decir eso a esa chica? ¿Cómo pude hablar así de esa chica a aquel tío? ¿Cómo vi aquello y no dije nada? ¿Cómo pude tratarla así?» Detalles que vemos con otra perspectiva, como ese miedo de las chicas a vestirse de determinada manera, un miedo que veíamos como normal porque «los chicos son así», pero ahora estamos decididos a que los chicos sean los que cambien su conducta en vez de que las chicas tengan que cambiar el atuendo que les apetezca. Aunque ellas son las que sufren el problema, los que lo tienen de verdad son los chicos. También parece mentira lo que agradecemos los padres de chicas preadolescentes esta visión nueva del mundo joven. En cualquier caso, no acabamos de liberarnos de esa sensación de culpa de haber vivido con naturalidad el machismo cultural de forma normalizada. Para mí, ese es el mayor éxito de toda la trayectoria de 2017 y lo que llevamos de 2018 de ese movimiento.

Pese a esa sabor agrio de nuestro propio recuerdo tenemos que agradecer al movimiento feminista todo esto por hacernos ver el mundo con muchas más posibilidades sociales, humanas e incluso para los valores políticos. Con todo lo que he relatado es fácil deducir que los logros del movimiento feminista amplían mucho la visión del alcance que pueden tener los derechos sociales, la libertad, la mismísima democracia… Es comparable con cualquier revolución, y ayer fue el pistoletazo de salida.

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Así pues, termino dando gracias al movimiento feminista, gracias por haberme hecho más hombre, más persona. Puedo decir que he aprendido la lección. Solo me queda comprometerme a seguir aprendiendo y a extender lo que me habéis enseñado con toda la fuerza que tenga mi mano de compañero, amigo, padre y pareja de mujeres.

¿Cuándo empezamos la próxima lección?

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