Opinión|La censura
La Real Academia Española se queda corta cuando define la censura como aquella acción donde se forma juicio, se corrige o reprueba algo o a alguien. Todos la sufrimos a diario pero solo algunos la percibimos con nitidez, pues ese es precisamente su principal cometido, anularnos sin ser vista. Nuestra libertad se resiente con cada zarpazo que nos asesta en la oscuridad.
Los medios de comunicación abanderan, por desgracia, el número uno en el ranking censor. El divorcio entre veracidad e información se palpa desde que las redes sociales empezaron a ocupar el lugar de la prensa. Los ciudadanos hemos empezado a vislumbrar el sesgo periodístico que contamina un alto porcentaje de medios, derivado por intereses políticos y económicos.
El segundo puesto lo ostentan, precisamente, los partidos políticos. Sus estructuras, en el momento que tienden a deshumanizarse, pierden flexibilidad, sentido común y respeto por la excelencia. Siempre se controla mejor a un grupo aborregado que a otro ilustrado. Esto se traslada después a las urnas. El antídoto para dicha situación lo traen los nuevos partidos, siempre que no caigan en la debilidad del camino fácil.
El resultado a lo anterior genera el tercer estadio que, a la vez, es el más letal. La venda que te impones a ti mismo. Cuando comulgas con ruedas de molino por comodidad, en el momento que sigues determinadas líneas editoriales para saber qué debes pensar y, en definitiva, si avalas unas siglas políticas sin importarte la indignidad de sus acciones, en ese momento pasas a ser tu mayor censor.
Busca, contrasta, analiza, duda,… Complícate la vida, no te conformes con el plato precocinado que engulles a diario. Pero, sobre todo, no te amedrentes, no tengas miedo. El mayor arma de la censura es expandir el temor para refrendar su verdad oficial, sus ideas dogmáticas y únicas. La mejor réplica, por tanto, es la valentía e independencia para pensar por uno mismo y, claro está, decirlo sin tapujos.
Manolo Varela