«Nos hemos acostumbrado, por desgracia, a que cualquier discrepancia política, por nimia que sea, esté aliñada por vitolas o etiquetas. Desde el perro-flauta al facha, pasando por el imperialista opresor o el revolucionario dictador».

Tribuna Libre – Manuel Varela 

El odio cultivado en la política está floreciendo en nuestra sociedad. El comentario vertido recientemente sobre Inés Arrimadas, líder de la oposición en el Parlamento de Cataluña, por parte de una independentista, filóloga ella, refleja fielmente el ánimo de crispación que determinados sectores alientan y fortalecen. Dicha joya publicó en redes sociales que le deseaba a la portavoz de Ciudadanos una violación en grupo, calificándola como perra asquerosa, conclusión a la que llegó tras escucharla en un debate televisado.



Estamos ante la consecuencia, pues nada ocurre por casualidad, todo tiene una causalidad previa. Creo que el origen de este resentimiento crónico se fundamenta en algo muy generalizado en la sociedad española: la deslegitimación de aquél que no piensa como tú. Nos hemos acostumbrado, por desgracia, a que cualquier discrepancia política, por nimia que sea, esté aliñada por vitolas o etiquetas. Desde el perro-flauta al facha, pasando por el imperialista opresor o el revolucionario dictador.
El siguiente escalón lo subimos cuando, directamente, pasamos a eliminar la validez democrática de una formación política, no solo despreciando a sus dirigentes sino sobre todo a sus simpatizantes. Cuando criminalizamos el voto de alguien estamos estigmatizando el sustento de nuestros derechos individuales: la libertad ideológica. Una vez vulnerada esta barrera, todo vale, dándose luz verde a los ataques directos y públicos, vía injurias o calumnias, que son el preámbulo del último peldaño, la agresión física.
Se nos llena la boca de respeto y tolerancia, pero le damos un puntapié cada vez que nos quedamos sin argumentos. Opinamos de todo y con una virulencia desproporcionada, sobre la marcha sentenciamos, porque sí y punto. El estado de opinión se genera a golpe de Facebook o twitter, incluso se adorna de reflexiones tan sesudas como totalitarias y excluyentes, que forjan la tendencia de una verdad oficial, única. Desandamos el camino a carrera abierta. Si seguimos con esta espiral de rencor patológico retrocederemos 40 años.
Manuel Varela.

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Rodrigo Gamero

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