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¡PERO QUÉ BONITA HA QUEDADO LA AVENIDA!

El disparate, la irracionalidad, lo absurdo, la incoherencia, etc. son algunos de las directrices que marcan la forma habitual de actuar contra el arbolado urbano.

OPINIÓN

Los beneficios ecosistémicos que aportan los árboles al medio urbano son múltiples y perceptibles fácilmente por la mayor parte de la ciudadanía. Entre ellos están los directamente relacionados con las copas, es decir, esa parte del árbol donde se desarrollan ramas y hojas.


La copa de un árbol no solo proporciona sombra y una barrera de protección contra los ruidos, el viento o la lluvia, sino que sirve de hogar y refugio a numerosas cohortes de animales, desde los más insignificantes insectos hasta llamativas y sonoras aves. Pero, quizás, lo más importante de la copa es que porta las hojas, esas singulares “fábricas de la Naturaleza” que aprovechan la energía lumínica para transformar sustancias minerales inorgánicas en compuestos orgánicos. Y por si esto fuera poco, absorben anhídrido carbónico que utilizan en su metabolismo y desprenden oxígeno en ese archiconocido proceso de la fotosíntesis. También las hojas hacen lo contrario al respirar, toman oxígeno y desprenden anhídrido carbónico (como nosotros, los humanos). Y transpiran, devolviendo a la atmósfera parte del agua que tomaron por sus raíces, aumentando con ello el nivel de humedad relativa del aire.


Por otro lado, las copas de los árboles, absorben olores y gases contaminantes (óxidos de nitrógeno, amoníaco, dióxido de azufre y ozono) y filtran las partículas contaminantes del aire, atrapándolas en sus hojas y corteza.


Asimismo, las palmeras con los penachos de grandes hojas, que desarrollan especialmente las especies de hojas pinnadas (v.g., palmera canaria), también contribuyen con sus “copas” al conjunto de beneficios ecosistémicos aportados por las otras copas antes citadas, aunque su volumen siempre estará sujeto a un límite. En la gran mayoría de palmeras, todas las hojas nacen de una única yema apical y alcanzan un tamaño determinado; en un árbol, las hojas también alcanzan un tamaño determinado (mucho menor), pero nacen de infinidad de yemas situadas en ramas con crecimiento indefinido, marcado por la fase de desarrollo del ejemplar.


Sería lógico pensar, por tanto, que a mayor volumen de copa mayores serán los beneficios ecosistémicos proporcionados por un árbol (o una palmera). Y que la conservación de grandes ejemplares, así como favorecer el desarrollo natural de las diferentes especies, reduciendo al mínimo las intervenciones de poda, debería ser una estrategia coherente con objeto de maximizar los beneficios aportados por los diversos plantíos de árboles y palmeras repartidos por una ciudad.


Nada más lejos de la realidad. El disparate, la irracionalidad, lo absurdo, la incoherencia, etc. son algunos de las directrices que marcan la forma habitual de actuar contra el arbolado urbano. Plantaciones de especies inadecuadas por diferentes motivos en destinos inadecuados. Distancias de plantación incorrectas que obligan a podas drásticas en un futuro. Terciados sobre ejemplares adultos con espacio suficiente para desarrollar las copas. Falta de seguimiento continuado del estado de los plantíos. Y así, podríamos seguir sumando actuaciones a esta larga lista de “sinsentidos”.
Hoy, mientras regresaba al coche tras haber hecho algunas fotografías en el arroyo de las Culebras, aprovechando que el agua fluye por su cauce, observé cómo unos operarios realizaban la “poda” de las palmeras mexicanas situadas a lo largo de la Avda. de Plácido Fernández Vargas.

Esta palmera, de hoja palmeada, va recogiendo sus hojas secas contra el estípite formando unas características “enaguas”, que no suelen estar presentes en ejemplares dispuestos en alineación, como es el caso. Actualmente, la gran mayoría de ejemplares de esa avenida presentaba un penacho de hojas verdes formando prácticamente una esfera. Tan solo en algunos ejemplares colgaban entre 4-6 hojas secas (o medio secas) y, en casi todos, sobresalían de entre las hojas verdes los espádices (inflorescencias).

Tras el paso de los operarios, cada una de las palmeras vio reducido el volumen de su “copa” en aproximadamente el 90%. De una esfera de unos 2 m de radio, su espléndido penacho de hojas había pasado a convertirse en un cono de 2 m de altura y 0,8 m de radio (junto con el estípite, un “lindo pincel”). Con retirar las hojas secas y medio secas, así como los espádices hubiera sido una actuación suficiente para mantener la seguridad vial, en previsión al posible desprendimiento de estos elementos, sin someter a los ejemplares a un drástico estrés fisiológico. Estamos en Dos Hermanas.
Jesús J. Cuenca Rodríguez Biólogo

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