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¡Qué agradecidas son las plantas!

Jesús J. Cuenca Rodríguez Biólogo y Coordinador Área Patrimonio y Medio Ambiente de Ateneo

Seguro que has escuchado esta frase en boca de tu madre, tu abuela o alguna vecina, mientras arreglaba las plantas que adornaban el patio. Ese patio andaluz, fusión arquitectónica del mundo romano y musulmán, que formaba parte fundamental de las tradicionales casas andaluzas. Un espacio sombreado, repleto de plantas en mil y una maceta, con una fuente o un simple grifo como surtidor de agua; donde se creaba un microclima de frescor y sosiego, y encontraban cabida especies muy diversas: helechos, aspidistra, geranios, gitanillas, petunias, rosales, begonias, jazmines, etc.; sin olvidar naranjos o limoneros e, incluso, bananeras.

Muchas de las plantas empezaban su vida como simples esquejes, o como pequeñas plantitas procedentes del repicado de una pequeña almáciga. Las plantas se iban moviendo de sitio a medida que iban creciendo, hasta encontrar su lugar definitivo donde llegaban a mostrar todo su esplendor. Todas tenían su sitio, que no se debía al azar, sino a la experiencia acumulada por esas mujeres en el trato con las plantas.

– Le echas un poco de tierra buena, un poco de agua y mucho amor, y mira como tengo el patio. Es que las plantas son muy agradecidas.

Y ahora, trasladémonos a la ciudad, y comprobemos como esta frase nos puede llegar a chirriar en los oídos según en qué espacios verdes nos encontremos.

¿Son igual de “agradecidas” las plantas que encontramos en los parques, jardines y calles de nuestra ciudad? ¿Se encuentran igual de “confortables” que en esos viejos patios?

Claramente no, y sería necio pensar que se le puede dar el mismo trato a una planta urbana que a una planta de patio. Los requerimientos de mantenimiento de unas y otras, en sus respectivos espacios, son muy distintos; al igual que las formas y técnicas de ejecutar las labores de mantenimiento. Sin embargo, lo que sí se puede hacer, en ambos casos, es no maltratar a las plantas. Y uno de los “maltratos” más frecuentes en la jardinería urbana, por las repercusiones que tiene sobre las plantas, es la selección de especies. O, mejor dicho, la inadecuada selección de especies, especialmente arbóreas, que se suele hacer en muchos más casos de los que sería deseable.

A pesar de lo indispensable que resulta la presencia de árboles en las ciudades, evidenciado por la amplia tradición jardinera existente y, últimamente, apoyado en argumentos relacionados con el Cambio Climático y las estrategias para combatirlo, la integración de las plantaciones en el diseño de las urbanizaciones y las vías públicas sigue siendo contemplado únicamente como un elemento complementario o adicional al proyecto. Y así se obtienen algunos de los resultados que se pueden ver en muchas ocasiones, donde la selección de especies y ejemplares parece haber sido fruto del azar o del interés del vivero por deshacerse de alguna partida de plantas de baja calidad.

La elección de especies no es una tarea baladí, sino fundamental a la hora de definir el ajardinamiento de cualquier espacio público. No puede despreciarse ni llevarse a cabo sin criterios claros y desde el desconocimiento de la biología de las plantas. La gama de árboles disponibles se compone de especies locales, exóticas, aclimatadas, variedades creadas, etc., lo que representa un número muy elevado de elementos. Pero que se ve reducido a medida que se añaden condicionantes al proyecto de ajardinamiento. Y el primero de todos es el volumen disponible para la copa y las raíces del árbol adulto. El siguiente es el estético, que respondería a la pregunta de qué aspecto tendría la plantación: en grupos, alineaciones, aislados, con porte natural según el prototipo de la especie, porte artificial a base de recortes, etc. Las posibles aspirantes deben ser especies adaptadas al clima local, así como al suelo existente en el lugar de plantación. Muchas especies presentan una serie de características que pueden convertirse en cualidades o defectos según donde se vayan a plantar. Así, una especie que proporcione una sombra densa será interesante para un aparcamiento, pero no adecuada frente a una fachada y sus ventanas. La fructificación, las espinas, la tolerancia a la poda, el tipo de follaje, la tolerancia a la contaminación también son características que hay que tener en cuenta.

Filtrando el largo listado de especies que, a priori, podrían formar parte del proyecto a través de los criterios o condicionantes anteriores: volumen, estética, clima, suelo y uso, se consigue seleccionar las especies arbóreas más adecuadas para el espacio de proyecto.

En Dos Hermanas, abundan los ejemplos de espacios donde no parece que la elección de especies arbóreas haya pasado ningún tipo de filtro, más allá del completo desconocimiento de lo qué es y representa el árbol en el paisaje urbano. Y voy a mostrar dos de ellos: un aparcamiento y una amplia avenida. No indicaré de qué lugares se trata, pues averiguarlo es una fácil tarea que dejo al lector.

La plantación de árboles en una plataforma de aparcamiento debe diseñarse tratando de obtener el mejor rendimiento superficial posible y la mejor cubrición por copas de árboles, con el fin de ocupar las mínimas superficies unitarias por plaza y árbol. Resulta sumamente llamativo, en el aparcamiento elegido, que las copas de los árboles se encuentren reducidas a la mínima expresión, recortadas en forma de bola. Aunque es posible que esa morfología esté condicionada por la especie plantada y la necesidad de controlar el crecimiento de sus raíces, para evitar el levantado del asfalto de la plataforma. La especie arbórea, en este caso, es laurel de Indias (Ficus microcarpa), cuya plantación no es nada recomendable en el espacio que ocupa. Así que, en ese aparcamiento, los coches pillan poca o ninguna sombra. Entonces, ¿para qué se plantaron los árboles?

En viarios amplios, expuestos al sol, con anchura suficiente, se tiende a la creación de paseos arbolados ya que permiten la utilización de un buen número de elementos arbóreos y arbustivos de difícil utilización en calles excesivamente umbrías o estrechas. Estos espacios permiten la plantación de especies frondosas de gran porte que

proporcionen una abundante sombra. El espacio que cito, en segundo lugar, es una avenida de 42 m de anchura, conteniendo 6 carriles, una mediana, 2 filas de aparcamientos en línea y sendas aceras laterales (incluyendo carril bici) de 8 m de anchura. En estas, se disponen dos alineaciones. La más pegada a la calzada se compone de ejemplares de coco plumoso (Syagrus romanzoffiana), y la más alejada está compuesta por una alternancia de ejemplares de frondosas caducifolias de porte pequeño: árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica) y ciruelo de Pisard (Prunus cerasifera var. pissardii). Al menos, en principio, pues algunas de las marras de estás dos últimas especies han sido reemplazadas por ejemplares de otras especies.

Por otro lado, llama la atención el aspecto “raquítico” que presentan muchos ejemplares, especialmente los cocos plumosos, para lo que sería de esperar en el normal desarrollo de las especies durante los algo más de 10 años que llevan plantadas. Es por ello que cabe preguntarse si la partida de palmeras no venía en las mejores condiciones o no era de una gran calidad, o si la plantación se realizó en un terreno donde las raíces de la mayoría de los ejemplares (palmera y frondosas) tienen tantas dificultades para desarrollarse, que no “dan para más”. Si lo que andaba buscando la persona que seleccionó las especies era que no hubiera sombra en toda la avenida, acertó de lleno.

Desde luego, si el “agradecimiento” de las plantas se manifiesta luciendo sus mejores galas en morfología y colorido de tallos, ramas, hojas, flores y frutos, como bien sucede con las que se hallaban en ese viejo patio, los árboles del aparcamiento y la avenida parecen mostrar todo lo contrario.

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