Opinión

8M: Cifras, cicatrices y un retroceso que no nos callará.

La ex concejala y Responsable de Feminismo de IU Dos Hermanas reflexiona sobre eln contexto en el que se celebrará el próximo 8 de Marzo.

Dicen que se aprende a base de golpes. Yo lo aprendí así, hace más de catorce años. Hasta
entonces vivía en la comodidad de la ignorancia, ajena a muchas de las realidades que nos
atraviesan como mujeres. Sabía que existían desigualdades, pero lo sabía como quien
escucha un eco lejano, sin sentirlo en la piel. Hasta que me tocó. Y entonces, la venda cayó.
Descubrí que no eran historias aisladas, que no eran exageraciones, que no eran “casos
puntuales”. Era y es el día a día de millones de mujeres.

A ese aprendizaje le llamé “ponerme las gafas violetas” , esas que te permiten ver la realidad
desde una perspectiva feminista. Y pensé, ingenuamente, que con conocimiento, con estudio,
con trabajo, con activismo y con leyes avanzábamos hacia la solución. Creía que con cada
paso, cada logro, íbamos arañando un poco de justicia. Sin embargo, la realidad actual sigue
siendo insuficiente. Que el machismo se reinventa, resiste y, con el auge de ciertos discursos
ultraderechistas, vuelve a ocupar espacios que creíamos conquistados.

En España, a pesar de las leyes y las campañas, la violencia de género sigue cobrándose vidas
y marcando cuerpos y mentes. En 2023, 36.582 mujeres fueron reconocidas oficialmente
como víctimas de violencia de género en España, un 12,1% más que el año anterior. La cifra
no es solo un número: son vidas, son historias truncadas, son mujeres que convivieron con el
miedo y la violencia, muchas veces en silencio. Y en 2025, cuando apenas arrancaba el año, ya
contábamos con dos víctimas mortales más.
Según la Encuesta Europea de Violencia de Género, el 6,7% de las mujeres de entre 16 y 74
años ha sufrido violencia sexual por parte de su pareja en algún momento de su vida, y el
12,7% ha experimentado violencia física. Detrás de estas cifras está la normalización deciertos comportamientos, la impunidad de muchos agresores y una cultura patriarcal que
sigue minimizando la violencia cuando el agresor es un hombre cercano.

En el ámbito laboral, la igualdad sigue siendo un espejismo. Aunque algunos indicadores han
mejorado, la brecha salarial persiste como una forma de violencia económica. Las mujeres en
España ganan, de media, 5.212 euros menos al año que los hombres. La reducción de la
brecha por hora trabajada, que en 2022 descendió por primera vez por debajo del 10%, es un
avance agridulce. Porque ese dato no refleja las jornadas reducidas, las interrupciones de
carrera o la precariedad a la que tantas mujeres se ven empujadas para poder atender las
responsabilidades familiares.

Hablar de igualdad sin hablar de conciliación es hacer trampas. Solo el 29% de la población
considera que tiene facilidades para conciliar trabajo y vida personal, y ese porcentaje va en
retroceso. El reparto de las tareas de cuidado sigue siendo escandalosamente desigual: las
mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres a las labores domésticas y al cuidado de
hijos o mayores. Y no es una cuestión de preferencia personal, sino de un sistema que sigue
dando por hecho que esas tareas son “cosas de mujeres”.

El 37% de las mujeres asume el cuidado directo de los hijos e hijas, frente a un tímido 5,6% de
los hombres. Y cuando hablamos de cuidado de personas mayores, la diferencia se mantiene:
el 40% de las mujeres cuida regularmente de familiares mayores, frente al 24% de los
hombres. Esta carga no solo afecta a la salud y el bienestar de las mujeres, sino que tiene un
impacto directo en su desarrollo profesional, perpetuando la brecha salarial y la precariedad
laboral.

A esta realidad, dura y persistente, se suma un contexto político global donde la ultraderecha
ha encontrado un filón en el discurso antifeminista. El negacionismo de la violencia de género,
la ridiculización del lenguaje inclusivo y el ataque constante a las políticas de igualdad son
síntomas de un retroceso ideológico peligroso. En plena era de la desinformación, resulta
alarmante ver cómo ciertos sectores políticos y mediáticos contribuyen a difundir mensajes
que cuestionan derechos que han costado décadas de lucha.

Dicen que se aprende a base de golpes, y es verdad. Así aprendí yo, y así seguimos
aprendiendo muchas. Pero no podemos permitirnos seguir aprendiendo a costa de vidas, de
salud mental, de salarios robados o de oportunidades perdidas. El 8 de marzo es un
recordatorio de lo que hemos conseguido, pero también de todo lo que queda por hacer. Un
día para gritar que no daremos ni un paso atrás. Para reafirmarnos en la lucha feminista y en
la necesidad de un cambio estructural que ponga la vida, todas las vidas, en el centro. Y para
dejar claro que las gafas violetas no me las quito.
Porque ver la realidad es el primer paso para transformarla.

Sandra Morales Montes
Responsable de Feminismo IU Dos Hermanas

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