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“Mariposas en el estómago: Reflexiones de una ex-cancerosa”, Tribuna Libre de Granada R. Yáñez

“El reloj de mi vida se paró hace ya más de dos años. Se paró, sí”.

No sólo nuestras decisiones nos llevan a ser quiénes somos, también hay ingredientes genéticos, experiencias personales y circunstancias imprevistas fuera de nuestro control que hacen que cada persona sea única y extraordinaria. Quizás esto mismo también nos separa tanto a unas de otras, porque es casi imposible, con el único y mero hecho de empatizar, poder percatarse de las entrañas y espíritus más profundos de una persona.

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En mi caso podría hablaros de mil batallas, de algunas salí indemne, de otras, sin embargo, sus secuelas, al día de hoy, hostigan insistentemente mi presente pulverizando cualquier atisbo de intento de seguir “viviendo”.

El reloj de mi vida se paró ya hace más de dos años. Se paró, sí.

Recuerdo esos días gélidos e inertes en los que yo luchaba por encontrar la vehemencia de un entusiasmo cálido que me confortara y me proporcionase el ímpetu, el coraje y el ánimo idóneo para combatir aquel frío que recorría mi existencia.

Eso no era resiliencia, sino más bien supervivencia. El reloj se paró, sí… En muchos sentidos transcurrida esa etapa, el tiempo emprendió su propia manera de proseguir: lenta, sosegada, comedida, pero aún fría y helada.

Y es aquí dónde yo no fui lo suficientemente consciente de que en algún instante fugaz de esa vivencia algo en mí se quebró para siempre.

A veces, no nos damos cuenta que, aunque el reloj se empeñe en marcar los segundos, minutos de nuestra vida, no evidencia que nuestra vida vaya a su ritmo.

Nos arrastra la inercia de unas pautas de conducta que los demás esperan de nosotros. Contenidos vitales en horarios predeterminados que nos convierten en “personas normales”. Una carrera desmedida y caprichosa hacia la monotonía, el sinsentido, esa perfección estúpida y cómplice que exige la sociedad.

Y por fin un día, sin saber el porqué, aprecié un dolor profundo e impenetrable en mi estómago, una opresión asfixiante, devastadora, y casi mortal. Eran mis mariposas en el estómago, las que me habían acompañado en todo este tiempo sin advertir su presencia, y me bloqueaban y comprimían la respiración. Mariposas maléficas y nocivas que aplastaban golpeando cualquier intento de poder respirar, mariposas que se convirtieron de pronto en el espejo de mi subconsciente, revelándome la perdida y el deterioro al que había sido expuesta cruelmente.

Y ahora, tras este discernimiento, estoy en el punto 0 de inicio, parto de la nada y del todo. Será un trayecto, tal vez, estoy convencida, con muchas espinas.

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Anhelo el vuelo y las ganas de ahuyentar esas mariposas, desterrándolas eternamente, y hallar la persona que un día fui.

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