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OPINIÓN / Álvaro Ojeda y el síndrome de Mario Vaquerizo

De un tiempo a esta parte, Facebook se ha llenado de vídeos de Álvaro Ojeda, el personaje que en un principio se hizo youtuber golpeando muy fuerte su escritorio o 
mientras gritaba y maldecía todo lo que, para él, era criticable. El susodicho jerezano evolucionó, como si de un Pokemon se tratase, hasta convertirse en una suerte de adalid de la derecha española más radical, del madridismo más abertzale y del anticatalanismo más exacerbado.

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El señor Ojeda, al que no dedicaré ningún insulto en este artículo (y eso que él debe estar acostumbrado a que lo insulten), ha dedicado algunos de sus vídeos más famosos a acciones tan dispares como ir a Gibraltar con banderitas españolas para intentar que los -famosos- monos las recogieran; llamar a la tienda oficial del F.C. Barcelona pidiendo una camiseta con el nombre del hijo (menor de edad, para más inri) de un futbolista del club; aprovechar su acreditación como periodista( «periodista») en la final de la Copa del Rey de baloncesto para intentar molestar a los jugadores del Barça, que disputaban el partido contra el Real Madrid, y un largo etcétera de situaciones igual de originales y divertidas a la par que respetuosas. Nótese la ironía.

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Lo cierto es que yo no pienso que Álvaro Ojeda sea, como muchos comentan en sus vídeos, tonto o idiota. Más bien todo lo contrario: me parece muy inteligente ocupar el puesto vacante de facha graciosete, aunque seguro que Ojeda no es tan facha como se muestra en sus vídeos. Él tiene un público definido y fiel, y eso si me parece más preocupante. Personas que lo defienden a ultranza de todos aquellos que se atrevan a criticarlo en redes sociales. Y cuando digo a ultranza quiero decir, evidentemente, usando insultos soeces y barriobajeros, a imagen y semejanza de los usados por el personaje que interpreta su ídolo.
Álvaro probablemente no sea tan de derechas, ni tan anticatalanista ni tan ultra del Madrid, pero hacer ese papel le da de comer y con eso le basta.

Repasando sus argumentos uno descubre que son absolutamente infantiles y peregrinos, impropios de alguien de su edad. Es lo que en medicina debería llamarse Síndrome de Mario Vaquerizo: parecer, de forma consciente y deliberada, más tonto de lo que se es. Me recuerda a la historia del chaval al que le daban a elegir entre regalarle una moneda de un euro y otra de cincuenta céntimos, y siempre cogía la de cincuenta porque era de mayor tamaño, provocando las risotadas de sus estafadores que lo tenían por tonto; al ser preguntando, por un tercero que observaba la escena, que si no sabía que la moneda más pequeña valía más, el chaval respondía que claro que lo sabía, pero el día que escogiera la de más valor ya no le darían más, ni grandes ni pequeñas.

Algo similar le debe ocurrir a Álvaro Ojeda: me cuesta creer que considere su forma de hacer periodismo como la más correcta, pero es consciente de que cuando deje de ser, o mejor dicho de hacerse, el maleducado, irrespetuoso y faltón contra todo lo que no sea la España de rosario y misa de doce, del guardia civil con bigote y tricornio, de la nostalgia de Franco y de José Antonio, en ese momento, dejará de despertar interés entre sus acérrimos. Y entonces no pasaría de ser más que un simple contertulio de derechas (ojo, opción ideológica tan respetable como las demás).

En cierto modo, me da pena Álvaro. Debe ser duro ir siempre con la careta puesta, debe ser duro que el personaje fagocite a la persona. Aunque, quién sabe, lo mismo a él le compensa. O no.

Jorge Marcos López Cortés

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